lunes, 28 de abril de 2014

El poder del dinero

Nunca es sencillo alcanzar la élite. Cada individuo acumula méritos para situarse en ella
y él mismo es dueño, en gran parte, de trazar su propio destino habiéndola logrado.
Una inmensa mayoría pretende seguir escalando, como si de un ochomil se tratase, con el
riesgo que entraña quedarse en el intento pero la seguridad que aporta haberlo intentado.
En cambio otra parte de ellos elige apartarse del camino para zambullirse de lleno en un
fútbol de menor rango competitivo. Algunos, sin tener consciencia real del aporte que su
juego podía haber hecho al deporte de primerísimo nivel. Hoy repasamos dos de estos casos.



Vladimir Weiss: El Man.City se fijó en el eslovaco para incorporarlo a su cantera a los diecisiete
años. No cuajó en el primer equipo y las cesiones no tardaron en llegar. Primero Bolton, más tarde
Glasgow y por último Barcelona, para recalar en el Espanyol allá por 2011. Fue precisamente en
Cornellà-El Prat donde la parroquia perica pudo vislumbrar algunas de las mejores tardes del
prometedor extremo, acompañado desde el mercado invernal por un Coutinho enchufadísimo.
Terminó aquella campaña y su futuro dejaría de estar ligado por completo al club inglés. La venta
en agosto de 2012 al Pescara italiano terminaba un ciclo inestable en Manchester, dándole la
oportunidad de asentarse en una ciudad, en un campeonato; sin necesidad de negociar cada verano.
Nada más lejos de la realidad, pues al término de aquella temporada Vladimir hizo otra vez las
maletas para emprender un nuevo viaje. Míchel, en su andadura por tierras griegas reclamó piezas
asequibles y aprovechables, sabedor que la Champions requiere mayor exigencia en la rotación.
Weiss aterrizó en el Olympiacos y poco después, mientras registraba su mejor promedio goleador,
pareció volver a escuchar cantos de sirena. Solo cinco meses llevaba en El Pireo cuando tomó la
decisión más extravagante de su carrera profesional: Marcharse a Qatar. Concretamente al Lekhwiya.
Su llegada por 5.3 millones en enero de este mismo año supone la pérdida, quien sabe si definitiva,
de un activo que se presumía bastante válido para clubes europeos de un estatus medio-alto.


Abdel Barrada: Curiosísima la historia del centrocampista franco-marroquí, que pasó de hacer
diabluras en las calles de su Provins natal a firmar con el PSG recién cumplida la mayoría de edad.
Tres temporadas en las inferiores y la decisión del club parisino de prescindir de sus servicios le
obligaron a empezar de cero. Y nunca mejor dicho. Como varios de sus compatriotas, Barrada tomó
la decisión de emigrar en busca de un comienzo decente e ilusionante. Éste era el reto más importante
al que se había enfrentado y, curiosamente, sin balón de por medio. Sin rivales a los que regatear.
Sin más prioridad que labrarse un futuro digno cogió lo necesario para subsistir y emprendió su
aventura hasta Madrid. En Getafe asentó sus esperanzas. En un piso humilde, compartido con varios
hermanos magrebíes del que Abdel salía temprano para buscar trabajo sin obtener recompensa.
A veces lo mejor llega en el momento menos esperado, como caído de la nada en forma de milagro.
El destino hizo que una mañana cogiera su par de botas y -junto a un amigo que ejercía de agente-
se encaminara a los campos de entreno del Geta. Le dieron la oportunidad de probar, y sin ellos
saberlo le estaban dando la oportunidad de vivir de nuevo. Convenció y lo firmaron para el Getafe B.
Solo un curso estuvo en el segundo equipo, en 2011 era obvia su inclusión en la primera plantilla.
Destacó en la Liga BBVA y en 2013 no le faltaban pretendientes. Tal vez en su elección tuviera peso
la dificultad del camino que se vió obligado a recorrer durante esa época. Quizás, quiso afianzarse
el porvenir lo antes posible y asegurarse de no volver a pasar necesidades. Escogió un destino inusual
para alguien de su edad: Emiratos Árabes Unidos. Otro viejo conocido de nuestra Liga, Felipe Caicedo,
comparte ahora vestuario con Barrada en el Al-Jazira. Un 'final' cómodo para una peculiar trayectoria.