miércoles, 23 de enero de 2013

He's Cantona (Parte 1)

El recuerdo de aquella patada a un hooligan del Crystal Palace
y su eterno cuello subido son historia viva del fútbol.
Éric, el diferente Cantona. Un intranquilo genio francés que se
retiró en Old Trafford convertido en toda una leyenda red.




"Nunca me moví por dinero. Habría jugado sin cobrar nada. Habría pagado por jugar en Wembley".
"¿Mi mejor momento? Cuando le dí la patada a aquel hooligan". "Dios soy yo".
"En un partido tenía frío y me subí el cuello. Ganamos y decidí jugar siempre con el cuello levantado".

Esas son algunas de las frases que aparecen en la tarjeta de presentación de un tipo que durante cinco
años en Manchester logró levantar cuatro títulos de Premier y dos de Copa convirtiéndose en icono.
Tal vez por su juego expresivo y elegante, tal vez por ese carácter -que en ocasiones le fallaba- o quizás
por sus elevadas expectativas, Éric asumía el rol de ser diferente en comparación a sus compañeros.
Él sabía que podía dar lo mejor de su enorme potencial, y tan solo unos instantes después perder el control
por completo, consciente o inconscientemente. Una camiseta del Marsella que iba rompiendo de camino
al vestuario tras ser sustituido y para asombro de su afición, o un balonazo a un árbitro también en Ligue 1
fueron algunas de las sombras que fue dejando en su país natal alguien incomprendido, o comprendido únicamente por sí mismo, que al retirarse dejó su nombre escrito en lo más alto del fútbol universal.



Los que disfrutaron viéndole en directo coinciden en la singularidad del astro galo. Nadie duda en
señalarle como uno de los nombres propios del panorama continental en la década de los '90.
Miles fuimos los que crecimos viendo al 7 del United saltar al campo con el cuello siempre subido,
con la publicidad de 'Sharp' en la elástica 'Umbro' fin de semana tras fin de semana, sabiendo que jamás
habría otro como él -porque Mario Balotelli a pesar de tener calidad y los ''cables pelados'' no alcanza
en talento al marsellés-. Era difícil de manejar, con un personalidad extremadamente fuerte en el campo,
guerrero, con demasiada sombra entre millones de luces, pero su máxima en cada cita era destacar
y, de una manera u otra, si le admirabas podías buscar ese o cualquier motivo más para seguir haciéndolo.
El nivel que ofrecía jugando era abrumador y lo cierto es que sus detractores solo pueden basarse en su
variable estado anímico para empequeñecer a un mito de tal magnitud. Aunque delicadeza o bondad
dejaran de formar parte en su modo de ver determinados partidos y eso arrastrara consecuencias, siempre
se mantuvo fiel a sus ideas, lo que habla de la valentía de una persona sin importar qué profesión realice.
Su forma de vivir el deporte y la vida eran así, descontroladas, y lejos de asumirlo con preocupación
creyó oportuno hacer caso omiso a sus críticos. Éric no tenía un camino trazado por delante, ni mucho
menos fácil pero el trabajo constante le hizo llegar a escribir su propia y singular historia.

No fue sencillo para el delantero marsellés hacerse hueco en el panorama europeo a pesar de la enorme
facilidad que tenía para convertir jugadas de gol. En 1983 el Auxerre -único club francés al que guarda
cariño- le hizo debutar en Ligue 1. Cinco temporadas después el Marsella desembolsó una cantidad
desorbitada para hacerse con sus servicios, asumían que era arriesgado pero el peso futbolístico ganó
la batalla de la duda. The King era una caja de dinamita apunto de explotar, un cohete con la mecha
casi encendida, un grandísimo jugador con poca sangre fría y un carácter demasiado irascible.
Pasó Por Burdeos, Montpellier y Nîmes entre estúpidas cesiones. Llegó el momento de emigrar, de buscar
algo mejor en otro lugar donde apreciaran su juego con balón por encima de sus altibajos personales.