jueves, 13 de octubre de 2011

Ronaldinho Gaúcho, el camino del genio (3)

Le hizo falta tocar un par de balones para que el público francés supiera
la repercusión que El Gaúcho iba a tener. Su equipo no era el mejor, pero
algo estaba cambiando para deleite de la capital Parisina.

Ni el mismo entrenador se imaginaba verle sentado en el banquillo, y cuando el tránsfer por fín lo permitió
no solo le incluyó en el once titular sino que le dió total libertad en el campo, le dejó seguir divirtiéndose
como hacía en Brasil, obligándole a mantener su seña de identidad; esa imborrable sonrisa.
Cuando la denominada afición más problemática de Europa tuvo delante al nuevo crack, algo cambió en
su forma de percibir el fútbol. No dejaron de ser violentos ni aprendieron a respetar a otras aficiones, pero
abrieron los ojos y de la noche a la mañana El Parque de los Príncipes se había transformado en un
espejo donde todo el Continente dejaba caer la mirada. Tenían que adaptarse y, en parte, lo hicieron.

Estuvo dos temporadas brillando allí cada fin de semana, y aunque colectivamente el PSG no ganó ningún título, todos eran felices viendo al 21. Era costumbre ver cabalgadas de 50-60 metros con los estadios en pie mientras sus piernas y su cuerpo iban ridiculizando rivales. Conducía el esférico de una manera
especial, quizás poco ortodoxa, pero elevadamente elegante y sutil. Traía samba incorporada al fútbol,
tenía gestos de baile en los que su acompañante era el balón y daba lecciones con y sin espacio a rivales
y aficiones. La finura de sus regates y la precisión de sus pases era algo asombroso. Comenzaba también
a tener tirón comercial, y los clubs más poderosos, como era de esperar, llamaron a su puerta.


Tal vez su hermano Roberto le aconsejara fichar por el Real Madrid, pero Dinho sabía que unas ciudades
más arriba estaba su sueño. Gracias al que por entonces era mano derecha del presidente Joan Laporta,
Sandro Rosell tomó la delantera en el fichaje convenciendo a jugador y entorno, mientras Florentino Pérez
venía pisando los talones tras el mediático fichaje de David Beckham, y sumado a los millones incluía la
opción de dejarlo otro año en calidad de cedido allá por París. No aceptó el jugador dicha propuesta y
acabó en la Ciudad Condal por unos 30 millones. Cifra que años más tarde sería puesta en duda.

Podríamos escribir miles y miles de páginas con lo que hizo en Barcelona, podríamos decir lo que logró;
lo que siguió ofreciendo al Planeta, y ni entre todos conseguiríamos plasmar por completo tal impacto.
Nadie puede expresar el infinito repertorio que mostró, no hay palabras que describan a Ronaldinho Gaúcho en un terreno de juego, y si las encuentran seguro que se dejan atrás algún adejtivo de asombro.

Lo que parece es que muchos olvidaron lo que vieron. El tiempo es así, injusto. A quien hoy admiras,
probablemente mañana no recuerdes, odies o solo quede en un vano recuerdo. Puede que esa imagen
del 10 se deteriorara con el paso del tiempo, y es lógico, pues nadie es joven eternamente. Puede que algunos dejaran de creer en él y por ello no quieran aceptar lo que hizo, pero lo cierto es que lo hizo.
Si al pasar por el Camp Nou un día de partido le preguntáramos a los 100.000 espectadores que cada fin de semana le disfrutaban que opinión tienen sobre Dinho, apuesto que entre palabras de agradecimiento
y la rabia de su fugacidad muchos, aun con el paso del tiempo, se emocionarán recordando aquel fútbol.

Su tramo más glorioso fué desde la 02/03 -en la que ganó el Mundial de Korea y Japón- hasta la 06/07,
última temporada en la que ofreció ese altísimo nivel. Su espectacularidad le hizo ganar entre otros
premios 2 Fifa World Player, 1 Balón de Oro2 FIFpro... Pero su ambición entonces se frenó de golpe.
Tras ganar su única y merecidísima Liga de Campeones, 2 Ligas y 2 Supercopas de España, fue elegido
mejor futbolista de la década en 2009, pero ya estaba apagado, era una simple sombra de lo que fue.
Solo quedaba una caricatura del que había logrado todo aquello, un mal ejemplo de como administrar lo
que posees, un ganador que parecía cansado de no conocer la derrota, y no solo la vivió dentro de los terrenos de juego sino en su propia vida personal. Todo se transformó en fiestas, desamor propio,
malos consejos, salidas nocturnas sin llegada... Algo que le hizo descuidarse y se apoderó de él.
Una injusticia en la que poco a poco se vio hundido y nadie desde el club tendió su mano para ayudarle.


Ya no quedaba prácticamente ni un ápice de aquel que salía anunciando natillas con su madre, pocos encontraban la explicación de como R10 había dejado de lucir donde tantas veces acostumbraba.
El 'final' de esta historia todos lo conocemos: Se fue con algo de barriguita al Milán, se enfundó el 80
e intentó de nuevo mostrar al público lo que había sido. Pero sus gestos técnicos y su físico eran ya
solo un recuerdo, un intento, un amago. Un esfuerzo de quien sabe que tuvo algo que ahora le falta.

De Lombardía puso rumbo a Los Ángeles. Todo parecía indicar que su carrera terminaba entre el desinterés
y los dolares que rodean al soccer, pero su sentimiento por este deporte hizo que se propusiera volver a superarse, como ya hiciera de crío, cuando llegó de la nada al todo por su propio convencimiento.

Hoy día en el Flamengo brasileiro aún disfrutan de sus destellos, y quien sabe si pronto tendremos la
oportunidad de volver a saber de él en la Copa del Mundo. Es difícil, y no hay dudas que si llegara a la cita sería en su estado menos óptimo, pero muchos crecimos pensando que lo imposible no existe.
Gracias a sus chilenas. Gracias a ver como te aplaude el campo de tu máximo rival mientras a tus compañeros les insultan o escupen. Gracias a aquel golazo contra el Sevilla a las 12:05 de la noche.
Gracias a sus ingeniosos malabarismos mientras miraba a la grada. Gracias al fútbol. Gracias a Dinho.



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